Mujeres y espacio público: El peligro acecha


A veces porque miran / porque callan / porque piensan, se delatan / A veces porque cuentan / porque lloran / o porque no entienden nada. Víctor Manuel, "El club de las mujeres muertas"

 

Las ciudades crecen y los espacios se achican para las mujeres. El miedo a circular, el miedo a salir de casa va restringiendo nuestras posibilidades de interactuar en el espacio público y por tanto tiene impacto en su ejercicio de derechos. Las mujeres en el espacio urbano nos vemos constantemente sometidas a distintos tipos de violencia que en realidad constituyen un continuum de lo que sucede en el espacio privado y que tiene que ver con el orden de género establecido, con las relaciones desiguales de poder que se dan en la sociedad, con la dominación de un sexo sobre el otro.

 

El espacio público, la calle, la plaza, la combi se transforman en los límites de las posibilidades de las mujeres al estar impregnados de un sentido masculino de pertenencia. Las mujeres, debido a estar expuestas permanentemente a situaciones de violencia, sólo por el hecho de ser mujeres, nos retraemos a los confines del hogar, en donde tampoco se tienen todas las seguridades, pues no hay que olvidar los altos índices de violencia de género que se dan en el espacio privado, pero como en nuestros imaginarios es el nido de protección de la familia, entonces nos volcamos hacia él, viviendo una especie de encierro, enajenando nuestra movilidad y nuestras posibilidades de interactuar socialmente.

Salir a la calle, sobre todo en las noches, se va transformando en una especie de odisea que nos obliga a repensar en estrategias que reduzcan las posibilidades de vernos agredidas. Cuidar la ropa con la que salimos, no movernos de una forma determinada para no parecer que provocamos, tomar sólo taxis seguros, no caminar en lugares algo desolados para no "provocar" el ataque, como podrían acusarnos. Nuestras estrategias de protección están imbuidas de culpabilización, pues a las mujeres nos han metido en la cabeza que si somos atacadas en el espacio público, algo seguramente hicimos mal, ergo es nuestra responsabilidad.  Como lo señala María Naredo, "las mujeres desde pequeñas, hemos interiorizado el peligro y hemos aprendido que nuestro comportamiento es determinante a la hora de librarse de él. En suma, hemos aprendido a estar continuamente en guardia respecto a nosotras mismas." (1)

 

¿Qué habrá pensado la joven María Paola Vargas cuando vio al grupo de jóvenes varones que se subieron a la combi, enardecidos, dueños de un territorio en el que saben moverse? ¿Qué terror histórico se activó que la obligó a querer salir de ese espacio jerarquizado por la dominación masculina y exigir que parara el carro para bajarse? ¿Qué habrá pensado el chico que la empujó y la mató cuando vio que en un arranque de autonomía, pese al miedo que seguramente la invadía, ella quiso librarse del control que había impuesto el grupo en ese pequeño espacio?

La combi en que se suscitaron los hechos es el espejo en miniatura de lo que sucede en la ciudad, lo que las inequidades, las percepciones y subordinaciones de género provocan y de lo que se habla muy poco, definiendo este caso como un problema aislado o de un grupo de desadaptados, "violencia de las barras bravas", el nombre lo dice todo, y no como un problema que va más allá y que tiene que ver con toda la sociedad y no sólo con un grupo, como lo señala  Ana Falú: "Estos jóvenes varones son quienes, desde la experiencia de la calle y el barrio, aprenden desde niños sobre las jerarquías y también sobre el lugar en el cual colocan los cuerpos de las mujeres. A la segregación del espacio se superpone una división sexual, que también jerarquiza los territorios, que define los que deben ser ocupados por varones y no permitidos a las mujeres." (2)

 

Este caso extremo no debe desviar  la atención de las múltiples situaciones que conforman lo que se ha denominado la inseguridad ciudadana y que si bien afecta a todas las personas, las mujeres las vivimos de una manera particular por los elementos que ya hemos anotado. Precisamente el ser mujer se conforma en un elemento clave de vulnerabilidad y nos hace víctimas potenciales, y lamentablemente muchas veces reales, de las formas más inverosímiles de violencia, como los asaltos en lugares aparentemente seguros como un taxi, la manoseada en el bus, el golpe del chofer de la combi a la policía que lo cita, los insultos del chofer en plena circulación que te grita "mujer tenías que ser", lo difícil que resulta tomar un micro con un hijo en brazos y miles de otras de las cuales seguro cada mujer tiene un nuevo ejemplo.

 

Esto ha significado que las mujeres interioricemos los límites de movimientos que nos ha impuesto el achicamiento de espacios públicos, lo que nos encierra y tiene su impacto en nuestro ejercicio de ciudadanía, resultando por tanto en la práctica en una merma de nuestra autonomía. Esta especie de consenso que se ha generado según el cual las mujeres son las que tenemos que cuidarnos, protegernos comportándonos de determinadas maneras para prevenir  lo que nos pueda ocurrir en el espacio público no es otra cosa que una manifestación de la violencia simbólica que nos hace aceptar que las cosas son así, legitimar de alguna forma lo que sucede como algo natural e inmodificable.

 

En ese sentido, si es que asumimos la posición de que la violencia es el camino invariable que van a seguir las grandes ciudades y que la respuesta es enfrentarla con más violencia o con un endurecimiento de medidas, llegando incluso a persuadir con perdigones a los grupos que la generen, como lo propuso el presidente de la República, tendremos como resultado que la gente se encierre más y que las mujeres perdamos más aún la movilidad, convirtiéndose todavía más la ciudad en miles de pequeños reductos incomunicables y excluyentes. Se corre el riesgo de desarrollar más los miedos hacia los otros, las otras, los y las pobres, los y las diferentes, los y las jóvenes.

 

Por ello, las medidas que se tomen, y que urgen, tienen que dirigirse a prevenir, a educar, a sensibilizar y tienen que ser el resultado de diversas articulaciones entre las organizaciones sociales, los diferentes niveles del Estado y las propias mujeres, que deberían contar con espacios de expresión y propuesta de cómo quieren vivir en sus ciudades.  Sensibilizar sobre las implicancias de la violencia de género, empoderar a las mujeres como sujetas de derechos, trabajar con los jóvenes y las familias las relaciones y las pérdidas de sentido de pertenencia que se generan en contextos de permanente lucha por la sobrevivencia, de desestructuración familiar, de pérdidas de referentes es fundamental, así como posibilitar que se creen espacios de interacción seguros para las mujeres, que cuenten con asistencia cuando se requiera, un número, un código de auxilio, un 911 a la limeña. Generar confianza en las instituciones es asimismo fundamental. Es lo que nos convencerá que vivimos en democracia y que somos realmente consideradas ciudadanas. ¿Sabemos a qué número acudir si nos sentimos en peligro? ¿Confiamos en los que nos darán la asistencia? En una ciudad como Lima, llena de publicidad que ensalza su belleza, que nos dice que "Lima está linda" y que "persigue el futuro", el compromiso debería hacer de ella una ciudad libre de violencia de todo tipo. Lima estará realmente linda cuando las mujeres podamos a cualquier hora salir y movilizarnos sin correr riesgos y cuando el compromiso del alcalde, de las instituciones de protección de derechos y de la ciudadanía sea evitar que otras mujeres, otras jóvenes sean violentadas, asaltadas, asesinadas por el hecho de ser mujeres y subir el sábado por la tarde a una combi.

 

 

Por Rosa Montalvo Reinoso

madamrosa1@gmail.com

La Ciudad de las Diosas

 

Notas:

(1) Citado en Alejandra Massolo (2005): Género y Seguridad Ciudadana: el papel y reto de los gobiernos locales, Seminario Permanente sobre Violencia. PNUD – El Salvador

(2) Ana Falú (2009): "Violencias y discriminaciones en las ciudades", en  Mujeres en la ciudad: De violencias y derechos. Red Mujer y Habitad de America del Sur. Ediciones Sur

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